IRRADIAR LUZ, AUNQUE NO SE PUEDA VER

Eloísa Damián era mi paciente en el hogar de adultos mayores durante la práctica de enfermería en el intercambio universitario de un semestre en la Universidad Nacional Autónoma de México.


Tenía 90 años, perdió la visión a causa de la edad y era huérfana, no formo una familia, pero la visitaban cada fin de semana los que ella denominaba sus hijos.
Recuerdo que le gustaba el pulque y podía tomarse una copa de tequila para ocasiones especiales, pero lo que más me llamaba la atención eran los 3 libros que había publicado desde que estaba en ese lugar, justamente después de quedar ciega por completo.


Durante mi tránsito por ese momento de su vida le serví de manos y de ojos para escribir lo que sus pensamientos le decían. Me confeso que lo único que ella no pudo conseguir en la vida fue el sentimiento de pronunciar de forma natural la palabra: “mamá”, había sido criada por una familia con niños a los que con los años considero sus hermanos, los cuales con el tiempo le dieron muchos sobrinos que hoy en día la consideran una figura materna


Antes de volver a Colombia traspasé a computador el texto más especial que habíamos escrito para imprimir una copia y entregárselo con unas flores, le agradecí por compartirme tantas cosas que no sería posible aprender en el mundo de la ciencia y la formación académica, le exprese mi admiración por mantener la actitud más optimista que haya podido conocer a pesar de tener un velo de oscuridad desde hace más de una década, de los problemas de movilidad, y su actitud ante la vida a pesar de no crecer de una forma convencional, pero por encima de todo nunca la voy a olvidar por hacerme sentir el más afortunado del mundo cuando tengo la posibilidad de dar un abrazo y un beso mientras pronuncio: te amo mamá.

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